miércoles, 3 de marzo de 2021

Armadora ¡cómo las armas!

  Las borrascas de este mes de enero han arrancado el anemómetro de lo alto del palo del Narval ¡ya han tenido que ser fuertes las rachas!. También han sufrido las amarras, volado y desaparecido una funda del Winche y una tapa de los instrumentos. Y todo esto, estando atracado en el pantalán.

  Por si el confinamiento y esta tercera ola de Covid no fuera de suficiente tristeza, el invierno se ha sumado a encogernos y mantenernos en tierra, frustradas y constatando el desastre de salud pública que ha supuesto aquello de "salvar la navidad"

  Aun con todo, alguna tarde de pausa entre lluvia y vendavales, hemos aprovechado para navegar la bahía e incluso acercarnos a Mouro, como una tarde de febrero por fin apacible, incluso con sol, que nos llegamos a la roca con intención de fondear y visitarla.  

   
El fondeo en Mouro tiene su arte ya que los fondos son de roca y solo una pequeña zona es de arena, por lo que perder el ancla, es más que posible. Son aguas protegidas y allí la fauna y la flora marina apenas sufren estragos humanos y de eso nos beneficiamos disfrutándolas. 
  Las gaviotas argentas anidan en ella y por doquier y 
sus gritos de aviso y enfado nada acogedores, nos reciben según nos aproximamos. Tiene Mouro ese aire imponente de roca avanzada frente a los temporales con su faro (época de Isabel II) y sus leyendas e historias. Hasta 1921 tenia dos fareros, un destino que debería de parecerles un destierro en toda regla. Uno de los que la habitaron falleció y no pudo ser evacuado en días por la mala mar. Imaginemos la situación en que quedó el compañero. Otro cayó al agua y dicen que se cuenta, que sigue en la isla cuidando de que ni olas ni personas perturben el lugar donde desapareció y que en noches de peligro el faro nunca se apaga gracias a su mediación.
tomada de internet

  También se cuentan historias sobre la dotación inglesa que desde ella, cañoneó la Magdalena en manos de los franceses y permitió recuperar Santander desembarcando en el Sardinero.

   Actualmente el faro es automático, con placas solares y LED, pero cuando era niña y durante un tiempo, fue mi padre quién cuidaba de su mantenimiento para que ningún barco zozobrara en sus aguas. Yo le escuchaba relatar lo delicado del atraquen en su minúsculo puerto que tiene a poniente protegido del NE de verano pero al pairo de las olas el resto de los días, que lo engullen (faro incluido) en las borrascas mas feroces.

   Así pues nos aprestamos a largar el 

tomada de internet
arpeo confiando en no engancharlo en el fondo, iniciando la maniobre de plegado de velas. Primero enrollar la vela de proa y luego arriar la mayor. No se movían las lanitas de los obenques, ni la veleta y el agua parecía un cristal.                                            

-Cuidado,¡la botavara!

  Tarde. Extasiada en el momento olvide que la mayor queda sin trincar, suelta, cuando te aproas al viento para bajarla y que si vira levemente, puede suponer una trasluchada, accidente con consecuencias si te golpea. Es el más temido en un barco de vela y se ve que ya me tocaba...y me tocó. A pesar de tener la cabeza dura el golpe fue sonoro y de los que duelen un rato, ah y contenta de no caer al agua que está a 13º...

-¡Al agua! a caído al agua, ¡por babor!

-¿La dejamos?

-¡No! ¡flota!

-Manten la virada, trinca la escota, arranca el motor y aproximate por estribor.

-La veo, ¡a dos esloras! en el tambucho de popa hay un redeño.

Aún confusa, trato de entender el revuelo, me asomo por la borda y allí veo cómo flota la manivela del winche que al recibir el golpe solté, sin percatarme, por la borda.

-¡Mejor por la popa! hay que recuperarla. Y así y al tercer intento, rescatamos a la noble manivela en una más que mejorable maniobra de "hombre al agua".

   Caía la tarde, escasa de luz en este mes, y decidimos renunciar al fondeo y volver  a puerto por la aleta aprovechando el SE que se animaba a llevarnos. El percance merecía celebrarse ya que había salido sin mayores daños así que saque y serví unos vasos de blanco para brindar poniéndolos no en su sitio y bien sujetos, no, sino en el suelo de la bañera mientras dejaba la botella donde no fuera a romperse y...

-¡Vía de vino!

  La lancha de los prácticos del puerto acababa de pasar cerca, siempre rápida, en sus tareas de dar entrada y salida a los grandes barcos, siempre levantando majestuosas olas a su paso  que esta vez además, ayudaron a hacer rodar vasos y bebida. ¡Armadora, como las armas! Pues sí. Hay días que sí, que no salen como tramas y que sin quererlo: se  arman.







  

 

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