La tarde es luminosa con ese tono otoñal que da mate a los colores, pero según enfilamos la salida de Raos vemos acercarse nubes bajas desde la bocana del puerto, allá al frente.
Van bajando mas y mas y avanzando a ras de agua, nublándonos todo lo que queda ante nosotros, como si de una gran tiza blanca se tratara que también nos fuera a borrar engulléndonos.
El juego de luces con el sol detrás y la niebla cubriendo por delante agua, costa, edificios, todo, es mágico. Un espectáculo natural que nos admira y que admiramos. Una imagen que nos conmueve.
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En un momento nos rodea la niebla y quedamos sin referencias. Ninguna. A penas vemos unos metros alrededor. Encendemos las luces de navegación , sacamos y hacemos sonar la bocina, ¡que extraño no ver nada!. Suenan motores de avión y nos es imposible identificar por donde los oímos. Navegamos...
De pronto el viento cambia. Nos sorprende y consultamos la carta de Navionics: ¡habíamos girado 180 grados nosotros, no el viento, habíamos perdido el rumbo!, enfilábamos contra la boya 6 según la carta por que nosotros ver, no vimos nada.
Así guiándonos por la carta, llegamos al cruce del canal de Pedreña y la niebla se disipó lo justo para llegar al puntal, fondear y esperar tomando un refrigerio a que despejara.
A las 2h. la ciudad reapareció como en un cuento de duendes, con la magia de lo real que parece un sueño. Volvimos a Raos aún fascinados por la experiencia de haber vivido una jornada de velas en la niebla en el espacio de la bahía de Santander.
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